Akira Kurosawa (Japón, 1910 – 1998) fue un cineasta mayormente conocido por sus cintas de samurái (su familia provenía de un linaje Samurái), como “Los Siete Samurái” y “Yojimbo”, que tenían lugar en el Japón de antaño. Al igual que por sus épicas como “Kagemusha” o “Ran” oportunidad en la que adaptó una historia de Shakespeare (previamente lo había hecho en 1957 con “Trono de Sangre”). Sin embargo, en el arte de mostrar al ser humano como en realidad es, tal vez Kurosawa sea el mejor de todos. Entiende al hombre de una forma tremenda, cosa que deja clara en cintas como “El Ángel Ebrio”, “Vivir” y la película de la que toca hablar hoy, “Duelo Silencioso”.
Kyoji Fujisaki (Toshirô Mifune) es un médico de guerra sumamente dedicado a su causa, quién en medio de una operación resulta contagiado de Sífilis a través de un corte en el dedo y el contacto con la sangre del paciente. Al terminar la guerra vuelve a su ciudad a trabajar con su padre Konosuke (Takashi Shimura), donde se reencuentra con Misao (Miki Sanjo) su pareja, con quién está a punto de casarse. Sin embargo, debido a su diagnóstico oculto a los ojos de todos, su relación se desvanece de a poco. Kyoji decide cancelar el compromiso, sin darle razones a su amada.
El conflicto interno de Kyoji es tremendo. Con miedo a decir qué es lo que lo aqueja y piensen que le fue infiel a Misao (ya que la Sífilis es mayormente transmitida por vía sexual), decide guardárselo para él solo. No entendiendo el porqué de su cambio repentino de actitud, todo el mundo se avalancha hacia él en busca de respuestas, ocasionando un alejamiento incluso más grande.
“Duelo Silencioso” fue la segunda de las colaboraciones Kurosawa-Mifune, quiénes harían decenas de películas juntos en los años venideros. Al igual que con Shimura, quién aparecería en 21 películas del director. Este último otorga una gran actuación como ginecólogo padre de Mifune; ocupa el lugar de maestro, de voz de la conciencia y la sabiduría, y de ejemplo a seguir.
Mifune es una cosa aparte; este señor es un espectáculo. Todo su cuerpo transmite la tristeza, la desesperación y la falta de esperanza que cualquiera tendría en su situación; pero su rostro…su rostro es algo de otro mundo. Lo que este pedazo de actor nos hace vivir no tiene comparación con casi nada en la historia del cine mundial. Conectamos con él, nos sentimos mal y nos hace pensar en cuan injusta puede ser la vida con aquellos entregados a su causa y con tantos planes de vida.
Sin embargo, lo que más difícil de presenciar nos resulta, es lo que da nombre a la película; ese duelo silencioso por el que Kyoji debe transitar, es doloroso para el espectador. No hay otra palabra que lo describa mejor.
El solo imaginar que alguien tiene que pasar por eso, en sus circunstancias, no teniendo la libertad de exorcizar sus penas con nadie por miedo a ser juzgado, rompe el corazón del más fuerte de todos.
A pesar de todo, Kyoji encuentra una solución, una escapatoria temporal: dedicarse a ayudar a los desesperanzados, a quienes más lo necesitan, pareciera inyectarle un poco más de vitalidad con cada sonrisa dada; con cada sonrisa devuelta.
Todo momento a lo largo de la película es increíblemente fuerte y desgarrador. Por ejemplo, cuando Nakada (Kenjiro Uemura) borracho como nunca, llega a ver a su mujer Takiko al hospital, y la enfermera Minegishi se da cuenta de que él es el culpable de la situación del doctor, es tan destructora como magistral. Pero sin duda, el momento en cuando Kyoji le cuenta a Minegishi sobre sus deseos sexuales, es la más difícil de digerir de todas. La forma en que describe como nunca va a ser capaz de saciar uno de los impulsos más primitivos del ser humano, del modo en que lo hace; es imposible que no nos llegue a la fibra más íntima. Algo que estuvo esperando toda la vida, llegar a esa conexión con su pareja; todo se esfuma de un momento a otro y su existencia pareciera no tener sentido. Nos dice que si quisiera, podría ir y hacerlo de todas formas, pero su conciencia es más fuerte y se convence de que jamás le haría eso a quien más ama en todo el mundo.
“Rashomon” fue mi primer acercamiento al cine de Kurosawa, y a decir verdad, no me pareció la gran cosa. Después vi “Ikiru”, y al terminar los créditos quedé impactado (al punto de salir disparado a tener que escribir algo sobre la película sí o sí; es más, hoy por hoy “Ikiru” es de mis favoritas de todos los tiempos). Por lo que tenía muchas expectativas para “Duelo Silencioso”; y esas expectativas fueron superadas de una forma tremenda.
Es tan grande la obra de Kurosawa, tan perfecta y tan…tan…tan cine que no puedo colocarla siquiera un escalón por debajo de su película de 1952; sería un insulto. La forma en que el director trata al ser humano, como lo entiende, la desesperanza, la falta de ilusión; no intenta pintar todo de color rosa, sino que muestra las cosas como en realidad son. Kurosawa-sensei nos hace atestiguar la vida misma, y es uno de los pocos privilegiados que lo logra.
Recomendable? No debería siquiera pensar en hacer esa pregunta. Puede no ser una de las obras con más renombre del director Japonés ya que pertenece a lo que vendría a ser su primera etapa; pero desde ya, vemos que utiliza la guerra como trasfondo, como haría en el resto de su cine. Es una película que tiene una magia inexplicable; no lanza un hechizo y nos deja encantados como toda gran película.
“Duelo Silencioso” es cine a la máxima potencia. A la altura de los grandes hitos cinematográficos de la historia, a pesar de no ser tan conocida. Es un viaje a través del ser humano, un viaje de conocimiento, no solo del personaje, sino de uno mismo. Es tal su grandeza, que siento vergüenza al animarme a escribir párrafos y más párrafos sobre ella, y no acercarme a trasmitir lo que me sucedió frente a la pantalla.
Hagan caso omiso a tolo lo que dije, y por favor, véanla.
TÍTULO: Shizukanaru kettô
AÑO: 1949
GÉNERO: Drama
DIRECTOR: Akira Kurosawa
PROTAGONISTAS: Toshirô Mifune – Takashi Shimura – Miki Sanjo – Kenjiro Uemura
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