Una película que cumple 60 años. Una película que comienza agradeciendo a particulares y museos por su ayuda, sin los cuales la realización de esta no hubiese sido posible. Una película que se anima a traer a la pantalla la vida de una de las personalidades más icónicas de la historia. Una película que se toma muy en serio su cometido, y termina convirtiéndose también en una de las más emblemáticas (aunque desconocida para el gran público) de todos los tiempos.
Vincente Minelli, la eminencia de las películas musicales en Hollywood, con éxitos como “Un Americano en Paris” o “Gigi” (entre otros en su haber), en 1956 se alejó un poco de su zona de comodidad, incursionando una vez más en el drama, y adaptó la novela de Irving Stone sobre la vida de Vincent Van Gogh; ese loco de pelo rojo sobre el que todos sabemos que se cortó una oreja y que no vendió ninguna pintura en vida. Y que adaptación!
Al comienzo del film vemos a un Van Gogh sin norte, a quien no aceptan en los Mensajeros de la Fe por no ser lo suficientemente bueno para cumplir su trabajo. En su desesperación, es enviado a una de las zonas más complicadas y casi olvidadas de Bélgica, donde nadie quiere ir.
Una vez allí, conocerá la dureza de trabajar en las minas y entablará relación con los habitantes del pueblo, en el cual se asentará y vivirá como uno más de ellos, dejando de lado los lujos posibles al alcance de su mano para ayudar al prójimo y mejorar su calidad de vida.
Somos testigos de lo tremendo que era trabajar en una mina, en donde los accidentes eran moneda corriente y los trabajadores perdían sus vidas, o donde niños de todas las edades acudían a trabajar. Es en ese entonces donde la pintura gana terreno en Vincent, y donde comienza a convencerse de que esa puede ser su forma de devolver algo al mundo: retratando realidades con el lienzo, su primer gran acercamiento a un estilo.
El guión de Norman Corwin humaniza la figura de uno de los artistas más importantes del Siglo 19 y lo muestra como un hombre común y corriente, vulnerable, con sus problemas diarios y existenciales.
Centrándose en distintas etapas de su vida, como su fallo como mensajero del Señor, sus relaciones familiares y amorosas o su cuasi-realización como pintor, el libreto termina convirtiéndose en la espina dorsal de la película, el sostén de todo lo que sucede después.
La elección de Kirk Douglas como su intérprete no podría ser más acertada. El poder de su actuación es casi indescriptible; desde su voz hasta su espalda encorvada que pareciera sostener todos los pesares de su vida. Sus movimientos y expresiones faciales son los encargados de transmitir cada uno de sus sentimientos, las líneas de dialogo que salen de su boca son constantemente desgarradoras y en su figura vemos los fracasos amorosos, su incapacidad de encontrar la felicidad plena y la decepción por no sentirse útil para el mundo.
Busca realización en Dios, pero no lo logra. Intenta formar una familia, pero se le escapa de las manos. Es un hombre nacido para el fracaso, una constante que se mantendría hasta su muerte, pero cambiaría después.
Sin embargo, Douglas no es el único que brilla en la película. A su lado, y personificando a Paul Gauguin está el inmenso Anthony Quinn. Su labor como secundario es espectacular y se gana cada segundo que aparece en pantalla. También como en el caso de Kirk, su postura, sus movimientos, su mirada y pensamiento, todo es impresionante y propio de una persona fuera de lo común.
Gauguin es el único que entiende y ve potencial en Vincent, quien lo anima a seguir y lo convence de que lo que hace tiene un significado; se convierte en su único amigo y casi alma gemela. A pesar de esto, como en toda relación, las rispideces y peleas comienzan a aparecer, generando conflictos entre los involucrados, concluyendo en una relación prácticamente destruida. Eran dos genios, y los genios no pueden estar juntos.
El Cinemascope y el Metrocolor hacen maravillas. El primero nos regala imágenes panorámicas y extensas que deleitarían a cualquier seguidor de este método de filmación, mientras que el segundo brinda una calidad de pintura en movimiento a la película que es envidiable. Sus colores son tan vívidos y tan potentes que la cinta pareciera ser un constante cuadro del pintor Belga; alejado de la realidad de a momentos, como el mismo Van Gogh, pero con vida propia.
Su leitmotiv era convertirse en alguien en vida, disfrutar de su éxito y reconocimiento conseguido por su trabajo y dedicación, lo que derivó en una exigencia tremenda que acarrearía una crisis y posterior locura que lo llevaría a auto flagelarse cortándose una oreja como acto máximo de falta de juicio.
La escena que cierra la cinta, en donde vemos gran parte del trabajo de Van Gogh inundar al pantalla poco a poco, nos muestra que Vincent logró trascender en el tiempo, tal vez no en el suyo, pero si para la posteridad.
“Lust for Life” o “El Loco de Pelo Rojo” es una película que, a pesar de haber sido estrenada seis décadas atrás, se mantiene fresca y dinámica, algo que sucede con pocas. Gran parte de eso se debe al trabajo de Douglas y Quinn que son explotados al máximo, también al guión que no decae nunca y al trabajo de Minelli detrás de cámara que no hace más que demostrar por qué fue uno de los más grandes de todos. Es difícil, por no decir imposible, encontrarle algo malo a esta película.
TÍTULO: Lust for Life (El Loco de Pelo Rojo)
AÑO: 1956
GÉNERO: Drama - Biográfico
DIRECTOR: Vincente Minelli
PROTAGONISTAS: Kirk Douglas – Anthony Quinn - James Donald - Pamela Brown
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